Por Laura Mancilla
Si bien desde el nacimiento de la imprenta surgieron los primeros libros ilustrados, no fue hasta finales del siglo XVIII cuando se comenzaron a realizar materiales para niños. Sí, una vez que la sociedad reconoció que existía un grupo de individuos que necesitaban ser educados.
Es por eso que los primeros títulos infantiles contenían alegorías, fábulas y moralejas de carácter religioso o moral, que ayudaban a los padres a fomentar (o evitar) ciertas conductas en los infantes. En estos libros, las imágenes servían para enfatizar de manera visual el mensaje escrito.
A finales del siglo XIX y principios del XX, la realización de obras para niños tuvo un auge repentino. Surgieron nuevos autores, temas y formas de representación. A partir de ahora, la imagen no sólo se supeditaba al texto escrito; sino que los nuevos lenguajes visuales utilizados, permitieron otras formas de interpretar las historias. Esto hizo que las obras se convirtieran en un material más didáctico para los niños, pero también para los papás y los educadores.
Actualmente, las obras dirigidas a los infantes se crean a partir de rangos de edad que permiten que la información escrita y visual, sea acorde a las capacidades cognitivas de los pequeños. Además, poco a poco, se abordan todo tipo de temas que van desde lo más cotidiano, como ir al baño por primera vez, hasta los más complejos como la muerte, la inclusión y la sexualidad.
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