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El laberinto de Ariadne



En una época sin conflictos ni amenazas, que vive una especie de profilaxis de las emociones, dos embajadores o viajeros temporales (padre e hijo) forman parte del Proyecto Ariadne. Ambos recorren distintos momentos de la historia con tal de entender cómo es que la totalidad de los puntos en el tiempo y el espacio se relacionan entre sí.

Sus viajes les permiten conectar hechos y episodios clave: la valiosa información que Leonardo escondió en el Hombre de Vitrubio; la tesis de Nestorio, quien trató de explicar la divinidad como un sincretismo de dos naturalezas (divida y humana); las actividades de Zoroastro como portador de la sabiduría de la Señora del Laberinto. ¿Y si Alejandro Magno no murió de disentería, sino al intentar el control del salto espaciotemporal?

No es una odisea para cambiar el pasado. Ninguna intervención de los viajeros deviene en el Efecto Mariposa. Pasará lo que deba pasar, pues lo sucedido es ineluctable.

En realidad, van en busca del hilo no como el laberinto que encierra al Minotauro, sino como condición de posibilidad para recorrer los listones del tiempo y el espacio. Van al encuentro de Ariadna, Enheduanna, Flor de Higo: mujer, princesa, sacerdotisa, poseedora del secreto para el éxito de los desplazamientos espaciotemporales.

Especie de relato fáustico, en El laberinto de Ariadne “la meta no es la solución de los problemas, sino el movimiento en los diferentes planos; la representación del ciclo dialéctico, del laberinto en el cual se puede entrar y salir en cualquier punto que se elija.”


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